MARÍA CRISTINA CHUMILLA

Autor: María Cristina Chumilla
Título: Laura, verdes ojos, verde trampa
Género: Literario. Novela.
Colección: AntiBabelFormato: 15 x 21 cm / 104 pág.
ISBN: 987-20553-2-7

Edición: Diciembre 2002
Observaciones: Primera novela de la conocida creadora de Paquito: El torito Paquito; Paquito y sus amigos; ambas obras editadas por Ediciones AqL / Tapa: María Alejandra García Ronzoni.



Franz entra en su casa y se dirige sin dudar hacia el baño, abre la ducha y, vestido y todo, se para bajo el chorro de agua fría. Respira profundo y bajo la ducha se va sacando la ropa lentamente. Pensando. Al sacarse la camisa ve como manchas verdes en algunas partes de su pecho, manchas que el agua diluye rápidamente y el agua teñida de verde se desliza por su cuerpo, pasa por su sexo, ¿también verde? Y se pierde por el desagüe.
Se reclina contra la pared, ya desnudo, y mientras el agua sigue corriendo por su cuerpo, ahora tibia, piensa en lo que sucedió esa noche. ¿Sucedió algo?
Al esforzarse por recordar lo único que logra es que la imagen de Laura se diluya, transformándose en una enorme flor, cierra los ojos para alejar esa imagen, y no puede fijar la mente. Por su cabeza desfila una imagen deformada de Laura y su casa, como si fuera una película surrealista se ve a sí mismo y a Laura sobre una cama verde, de algas, toda la casa y los muebles de esa casa son plantas. Plantas vivientes que se desplazan por la casa, hasta una orquesta de flores y arbustos se imagina en la sala ¡y que música dulce toca! Y, por Dios se imagina haciendo el amor con esa Laura vegetal y todas las plantas los están mirando satisfechas. Son todas voyeurs, es más algunas se inclinan para tocarle. No... sacude su cabeza, me acarician, se asombra. Se deja caer lentamente en la bañera, se desliza junto a la pared en medio de una verdadera alucinación: me acarician, me besan, me cubren con su resina pegajosa, su savia dulce cae en mi boca, pétalos de flores se pegan a mi cuerpo...
Franz sacude su cabeza, abre los ojos, cierra la canilla de agua caliente y abre con violencia la fría. Su cuerpo se sacude por el potente chorro de agua helada, su mente abandona esos pensamientos descabellados y, más lúcido –según le parece– cierra la canilla, toma un toallón, se seca con fuerza, como para arrancarse la piel, marcha a su dormitorio y se deja caer sobre la cama apenas cubierto por el toallón. Un minuto después duerme profundamente... y sin sueños.

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