Autor: María Guillermina del PazoTítulo: Las flores que iluminaron la noche
Género: Literario. Nouvelle. Cuentos.
Colección: SumerFormato: 15 x 21 cm / 104 pág.
ISBN: 987-1159-
Edición: Diciembre 2002
Observaciones: Tapa: Óleo de María Cristina del Pazo / Prólogo: Graciela Marc.
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Esperen –dijo Gabriel– hay una salida, primero quiero ver que llevan en sus bolsos (eran unas sucias mochilas bastantes descosidas). Mientras revisaban yo seguía rogando, ahora pedía que no encontraran armas ni drogas. Suspiré cuando comprobamos que sólo contenían dos o tres latas de cervezas algunas monedas sueltas, buzos viejos y unas mandarinas, sólo en una había una caja con pegamento con tolueno. El padre Gabriel hizo un gesto de angustia y se pasó la mano por la cabeza apretando las yemas de los dedos en su acolchado cabello cobrizo desteñido por el sol fuerte de los medios días.
Él suele recorrer las calles del barrio, llevando algo de comida para chicos de la calle o para algún alma atormentada por la bebida; a quien trata de persuadir a que deje la botella a cambio de un plato de comida y una fresca bebida sin alcohol.
Después de un espacio de silencio y miradas fuertes, murmurando que le serviría para pegar algunas cosas rotas, puso la caja en un bolsillo de su pantalón, mientras escuchaba las disculpas por parte de los chicos, quienes además comentaron que vivían en la villa donde está la salita Madre Teresa. El padre un poco aliviado, pues conocía el lugar y a gente de allí, nos pidió que nos quedásemos un rato vigilando, mientras iba a dos cuadras a ver a un amigo comisario, para que se hiciera cargo. Quería darles una oportunidad y estar seguro de que regresasen a sus hogares.
Los chicos se quedaron encogidos de hombros, como una hoja de limonero enroscada al secarse y seguían disculpándose con nosotros diciendo que no habían querido hacer daño, que la culpa era del alcohol, que al pegamento sólo quisieron probarlo; prometían no hacerlo más, etc… etc…
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Él suele recorrer las calles del barrio, llevando algo de comida para chicos de la calle o para algún alma atormentada por la bebida; a quien trata de persuadir a que deje la botella a cambio de un plato de comida y una fresca bebida sin alcohol.
Después de un espacio de silencio y miradas fuertes, murmurando que le serviría para pegar algunas cosas rotas, puso la caja en un bolsillo de su pantalón, mientras escuchaba las disculpas por parte de los chicos, quienes además comentaron que vivían en la villa donde está la salita Madre Teresa. El padre un poco aliviado, pues conocía el lugar y a gente de allí, nos pidió que nos quedásemos un rato vigilando, mientras iba a dos cuadras a ver a un amigo comisario, para que se hiciera cargo. Quería darles una oportunidad y estar seguro de que regresasen a sus hogares.
Los chicos se quedaron encogidos de hombros, como una hoja de limonero enroscada al secarse y seguían disculpándose con nosotros diciendo que no habían querido hacer daño, que la culpa era del alcohol, que al pegamento sólo quisieron probarlo; prometían no hacerlo más, etc… etc…
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