VIVIANA WALCZAK

Autor: Viviana Walczak
Título: Último ocaso en Kalamos
Género: Literario. Novela.
Colección: AntiBabel
Formato: 15 x 21 cm / 116 pág.
ISBN: 987-1159-13-7
Edición: Febrero 2005.
Observaciones: Tapa: Viviana Walczak / Prólogo: Erica Muriel / Otras obras de Viviana: Sinfonía Azul (poesías y pinturas 2004); Pasiones sibilinas (cuentos, 2006); Pecados ajenos (cuentos, 2007).




..................La vieja pensión El Trébol estaba ubicada frente a la terminal de ómnibus. La mayoría de sus huéspedes pernoctaban una o dos noches y después, proseguían viaje hacia diferentes pueblos o provincias. En un pequeño letrero, se leía el nombre del albergue, en letras ya consumidas por el paso del tiempo. Tenía una entrada pequeña y, para tener acceso a la recepción, había que subir tres escalones de madera gastados por el uso. A la fachada le faltaba una buena mano de pintura, al igual que a sus dos pisos y a la mayoría de las habitaciones, que asomaban a un húmedo patio. El descuidado lugar, se había convertido en un sucio receptáculo de botellas rotas, colillas y papeles.
..................La falta de higiene se prolongaba al pequeño cuarto. Sobre el dintel de la puerta se apreciaba con nitidez el meticuloso trabajo que, con empeño, hacía sobre su presa inmóvil, una gran araña. De la ventana que daba a la calle, colgaba un ajado cortinado amarillo. En el florero, apoyado sobre una mesita de luz, descansaba un manojo de flores artificiales cubiertas de polvo.
..................La luz encendida del velador imprimía unos tintes mortecinos a las paredes despojadas y a los rostros de los dos ocupantes que, tendidos sobre la cama, sonreían satisfechos. La mujer estiró su bella pierna de pantorrillas firmes y, mientras se quitaba la fina media de seda negra, le guiñó, cómplice, un ojo a su compañero que la observaba embelesado.
..................Se soltó el renegrido cabello trenzado en la nuca que, como un pesado manto, se desplomó envolviendo su turgente carne blanca. En el silencio de la noche, le pidió a su amante que le encendiera un cigarrillo y, casi en un imperceptible susurro, dijo:
—Lo hemos logrado y en pocos días seremos ricos. Ya no tendremos que ocultarnos más y podremos irnos de esta horrible ciudad, chata y pueblerina, que tanto detesto. Iremos a Roma, París o Nueva York y viviremos lejos de esta maldita mediocridad. ¡Brindemos con estos vasos de vidrio ordinario porque pronto lo haremos en delicadas copas de cristal! Nos iremos dentro de algunas horas para terminar nuestro plan y, para entonces, ya la pobre incauta estará más fría que el mármol de Carrara de la bañadera, en la que tanto le gustaba ducharse.
..................Acto seguido, apagó el cigarrillo y pasó su brazo alrededor del cuello de Boris, que seguía quieto, mirándola en silencio, en una entrega total.
..................No se parecía en nada a la adusta mujer vestida de negro que, sigilosa, recorría los largos pasillos espiando, expectante, ruidos y sombras. El rostro de Ágata se asemejaba al de un animal salvaje agazapado sobre su presa. Tenía las feroces pupilas sombrías dilatadas y las aletas de su nariz, se movían excitadas en un frenético tic nervioso, saboreando con sadismo la escena que, suponía, vería momentos después. En la semipenumbra del cuarto, sólo resaltaban, sangrientos, sus voluminosos y sensuales labios rojos.

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